viernes, 6 de diciembre de 2013

Publicidad enmascarada

La publicidad, al declararse como tal, ya avisa de que es interesada y que exagera las virtudes, ocultando así los defectos. De esta manera avisa al espectador, que en parte cree aquello que dice, pero al mismo tiempo debe discernir lo que es cierto de lo que es falso. Encontramos entonces una paradoja: la dificultad para conseguir ser creíble junto con su persistencia en emitir mensajes y su confianza para ser escuchada.

Persuadir y convencer no hacen alusión a lo mismo, aunque parezca así. El primer término hace referencia a captar la aprobación del otro apoyándose en sus emociones, mientras que el segundo apela a la racionalidad.

La publicidad busca la adhesión emocional, esto es, no expresar un apoyo intelectual al mensaje, sino que se adhiere el mensaje a la mente y conciencia del receptor. 

La literatura se asemeja a la publicidad en varios aspectos. Por un lado no es el propósito que tiene, sino el que le atribuimos, ejercemos un papel fundamental en el logro de sus objetivos una vez que llega a nosotros. Por otro lado ninguna dice la verdad, pero tampoco miente. 

Su efecto es el mismo, la comprensión, el conocimiento y la contemplación de las emociones. La paradoja aparece en ambos, no las tomamos en serio igualmente, pero no tiene el mismo objetivo propósito. 

En resumen, la literatura se basa en una realidad imaginaria gracias a la cual descubrimos una verdad existencia, y para ello se requiere que trabaje en la mente de los instrumentos cognitivos del lenguaje. La publicidad en cambio, también se basa en una realidad imaginaria, pero nos proporciona recreaciones personales. 

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